4 de mayo de 2015

Canciones.

¿Ves mis pasos? Siguen buscándolos. Detrás de mí, justo detrás, siempre detrás. Nunca han podido alcanzarme; tampoco lo harán ahora.
¿Los oyes? Escúchalos gritar mi nombre como claman a los dioses cuando se vuelven contra ellos. Quizá sea una diosa, una diosa de muerte y destrucción
¿Y qué le hago si a mi paso los edificios eligen inclinarse con respeto hasta sus cimientos? ¿Qué hago si la gente elige seguirme por las escarpadas laderas de mi corazón o las sinuosas curvas de mi sonrisa? ¿Qué hago si al fuego le gusta lamer mis dedos y al agua deslizarse por mi cuerpo? ¿Qué hago si la tierra decide abrirse a mi paso y el viento embravecerse ante mi mirada?
Qué hago. Y qué puedo hacer si mi corazón ya no late, si mi muerte fue una extraña y melancólica canción cantada por primera y última vez por los labios con los que me gustaba jugar, cuando el fuego y yo nos rehuíamos, cuando el agua mojaba mi piel, cuando la tierra no temía mis pasos y el viento me alborotaba a mí.
Qué le hago si soy incapaz de sentir odio hacia el único que debería sentirlo, y lo siento hacia todo aquel que es inocente. 
Y mi corazón lo sabe, ese salvaje y escarpado corazón, que no me deja morir del todo y me hace vengarme de aquellos a los que odio sin motivo, y me hace dejar las huellas sobre la nieve. 
Huellas que ya no existen, y a la vez, son tan reales como que sigo amando al que cantó mi muerte y lloró mi vida. 

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