25 de septiembre de 2015

Voces

Siempre había oído esas voces. Lo único que la diferenciaba del resto es que a ella le gustaba escucharlas.
El mundo a su alrededor creció y dejaron de oírlas, porque todo el mundo se cansa de ser ignorado. Ella creció con ellos, pero también con ellas; esas curiosas veces.
Nunca supo que eran. Tampoco pudo preguntárselo. Las voces eran solo eso, voces. No podía responderles, no podía ubicarlas, no podía entenderlas. Porque no, las voces no se entienden, amigos. Las voces se sienten.
No, yo no escuchaba las voces. Pero la escuchaba a ella. Y ella las sentía.
Nunca la verías aguzar el oído. Quizá nunca la vieras actuar de forma diferente. Pero si estabas atento, podías verla.
Verla cuando bajaba los escalones dando saltitos y se paraba justo antes del roto.
Verla cuando abría las manos para coger una hoja que caía.
Verla cuando abría un paraguas justo antes de la primera gota.
Verla cuando salía abrigada a 30°, para luego pasar a 15°.
Verla cuando bailaba justo antes de empezar a soplar el viento, y así su pelo bailaba con ella.
Verla cuando jugaba a coger burbujas, y las soplaba una vez las tenía en sus manos.
Verla cuando saltaba a la vez que un pájaro, cuando maullaba a la vez que un gato, cuando gañaba a la vez que un perro.
Verla cuando sonreía. Siempre, sonreía.
Verla... echo de menos verla.

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