27 de noviembre de 2015

Ruge.

Llevábamos mucho tiempo queriendo rugir. Quebrar nuestras voces al viento como solo son capaces de hacerlo los tigres. O quizá hubiera otros, quién sabe, pero nosotros no los conocíamos. Solo les veíamos subir a la colina, mirarnos con sus brillantes ojos ambarinos para luego amedrentar al cielo con sus voces, haciéndolo retroceder una noche más.
Manteniéndonos vivos una noche más.
Hasta el día que los tigres se escondieron. No. Los tigres nunca se esconderían. Aquellos a los que incluso el cielo temía. ¿De qué iban a huir ellos?
Pero se fueron. Nunca supimos por qué. Una noche cualquiera esperamos verlos en la colina. Y el sol salió, y las nubes con él, y los tigres nunca más volvieron.
Y entonces fue el cielo el que rugió.
Jamás vimos rugidos como aquellos. Se alzaban por encima de todo, y destrozaban todo con sus graves voces y su brillante luz. Nunca los tigres podrían haberse enfrentado a ellos y ganar.
Pero lo habían hecho. Lo hacían. ¿Quién se enfrentaba contra lo que claramente era imposible vencer?
"Los tigres" respondía yo tranquilamente. La gente me miraba como si estuviera loca. Pero yo solo miraba la colina con ojos brillantes.
Con ojos brillantes. Por eso ya solo quería rugir.
Fui la primera en darme cuenta de que los tigres no volverían. También fui la primera en darme cuenta que no nos habían abandonado.
Los tigres jamás volverían. No hacía falta, porque nunca se fueron.
Ahora soy yo quien está en la colina, sentada con apacible calma. Espero que llegue la noche. Hoy descubriré si alguna vez fuimos como los tigres.
Si, enfrentándonos a lo imposible, podemos vencer.

Prepárate para oír mi rugido.

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