Llevábamos mucho
tiempo queriendo rugir. Quebrar nuestras voces al viento como solo son capaces
de hacerlo los tigres. O quizá hubiera otros, quién sabe, pero nosotros no los
conocíamos. Solo les veíamos subir a la colina, mirarnos con sus brillantes ojos
ambarinos para luego amedrentar al cielo con sus voces, haciéndolo retroceder una noche más.
Manteniéndonos vivos
una noche más.
Hasta el día que los
tigres se escondieron. No. Los tigres nunca se esconderían. Aquellos a los que
incluso el cielo temía. ¿De qué iban a huir ellos?
Pero se fueron.
Nunca supimos por qué. Una noche cualquiera esperamos verlos en la colina. Y el
sol salió, y las nubes con él, y los tigres nunca más volvieron.
Y entonces fue el
cielo el que rugió.
Jamás vimos rugidos
como aquellos. Se alzaban por encima de todo, y destrozaban todo con sus graves
voces y su brillante luz. Nunca los tigres podrían haberse enfrentado a ellos y
ganar.
Pero lo habían
hecho. Lo hacían. ¿Quién se enfrentaba contra lo que claramente era imposible
vencer?
"Los
tigres" respondía yo tranquilamente. La gente me miraba como si estuviera
loca. Pero yo solo miraba la colina con ojos brillantes.
Con ojos brillantes.
Por eso ya solo quería rugir.
Fui la primera en
darme cuenta de que los tigres no volverían. También fui la primera en darme
cuenta que no nos habían abandonado.
Los tigres jamás
volverían. No hacía falta, porque nunca se fueron.
Ahora soy yo quien
está en la colina, sentada con apacible calma. Espero que llegue la noche. Hoy
descubriré si alguna vez fuimos como los tigres.
Si, enfrentándonos a
lo imposible, podemos vencer.
Prepárate para oír
mi rugido.
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