15 de abril de 2016

Muerte.

Vivir es una condena.
Vivir es terminar. Piénsalo. Dos cosas que siempre serán ciertas, que nunca nada ni nadie podrá cambiarlo. La única certeza que tenemos. Que estamos vivos. Y que por estar vivos, moriremos.
El problema es si compensa. Si compensa lo que llamamos vida. Una efímera porción de un diminuto fragmento de tiempo, contra una eternidad de lo que no es nada. Y todo es algo, así que no sé muy bien qué es ese nada. Me gustaría creer en algo diferente de la muerte. La vida eterna, la llaman. Pero yo sé muy bien que la vida y la muerte son eternas enamoradas. Nunca existirá la una sin la otra.
Me pregunto si la vida compensa. Compensa. Al menos, si solo es tu vida. Si solo existiera tu vida, si tú pudieras vivirla… Bueno, es que nosotros somos vida. Nosotros, todos los seres existentes, no somos nada más que la vida. Porque sin vida, y con muerte, no somos nada. Y todo lo que somos se puede desvanecer en un soplo.
Me ha dado por pensar. Por pensar en qué será de aquellos que ya no son. Si ya no son… entonces, ¿existieron alguna vez? ¿Quién puede demostrarlo? Existió una vida, pero ya no son ellos. Porque una condición totalmente imprescindible para ser ellos es vivir.
No sé si compensa. Es algo maravilloso el vivir. El ser. Pero también es algo profunda e increíblemente doloroso. Porque mientras tú eres, miles y miles de cosas dejan de ser. A veces, es algo que no nos afecta. Nuestro cerebro tiende a ignorar que millones y millones de seres están dejando de ser. Porque si lo pensáramos, si realmente fuéramos conscientes de esa realidad… Puede que ya no quisiéramos ser más. Y puede que nos volviéramos locos si estuviéramos pensando, a cada segundo, que igual que esos millones de seres han dejado de ser, nosotros algún día tampoco seremos. Que a las personas que vemos cada día, a las que besamos, a las que abrazamos, con las que charlamos. Ellas también dejarán de ser. Y entonces ya no habrá besos, ni abrazos, ni charlas.
Me gusta pensar que somos como una vela. Que está claro que algún día, simplemente, dejaremos de ser. Pero me gusta pensar que mientras somos, brillamos. Y vaya si brillamos. El problema es que ese brillo es tan pequeño si estás solo… Pero es muy grande si estás acompañado. Pero es que cuando esos brillos se van, duele mucho más que cuando se va el tuyo.
Y se me está escapando una luz portentosa. Y ya he sufrido perder una luz, y no quiero volver a perderla. Porque entonces ya no será. Que quedará de ella, si ya no es. No sé si alguna vez habrá sido. Y no sé lo que seré yo sin ella. Porque entonces ya no habrá más caricias, ni mimos, ni piernas dormidas en el sofá, ni recibimientos en la puerta, ni miradas golosas. No habrá más maullidos, ni guerras, ni juegos, ni lametones. No habrá más quejas, reproches y enfados. Porque ya no habrá. No habrá nada. Y temo despertarme un día y darme cuenta de que ya no es. Y que ya nunca será.
Es curiosa la vida. Es curioso como la afrontamos. La afrontamos como si el vivir fuera algo que realmente vale la pena. La afrontamos como si dar un paso delante de otro fuera fácil. La afrontamos como si el dejar de ser fuera algo que nunca va a sucedernos. Pero sucede. Y entonces nos hundimos. Porque cuando alguien deja de ser, recordamos que nosotros, algún día, tampoco seremos. Y eso nos asusta. Pero lo que realmente nos duele no es eso. Lo que realmente nos duele es que solo nos queda una imagen gastada para recordar lo que un día fue, y ya nunca será. O quizá no fue. Y por eso duele.
Pero se acaba pasando. Acabas convenciéndote de que la vida sigue. Que tú sigues siendo. Y por algún motivo, tú en tu irrelevancia crees que es tu deber seguir siendo, por los que ya no son. Y yo que sé, quizá sea cierto.
Pero ahora no me importa una mierda lo que es o no cierto. Quiero volver a ser un ser pequeño, un ser aún más ínfimo que pataleaba y lloraba. Un ser que no temía dejar de ser, porque ignoraba que eso podía pasar. Y quiero hundir la cara en su pelo, y decirle que no es justo que deje de ser, porque yo quiero que sea conmigo.

Pero al final, siempre somos solos.

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