Hace años
que ya nadie me dice nada como lo hacían tus ojos. Esos ojos que siempre
brillaban, que estaban vivos, que eran pura energía y dios, que bien sentaba
mirar aquellos ojos. Y sentirlos, bien adentro. Latir contra mí como latíamos
juntos.
Hace
mucho que te marchaste, dejando un lado de la cama vacío, el lado que siempre
está frío pero que a mí me quema como si aún estuvieras, que ya no lo arreglo
ni dando la vuelta a la almohada.
Y es que
me pregunto cómo una ausencia puede quemar tanto. Porque ya no duele. Hace
mucho tiempo que acepté que te fuiste, y oye, que te vaya bien. Sigo
sintiéndome feliz cuando te veo de la mano con otro, y no, no me importa. Qué
más da que esos no sean mis dedos.
O eso me
digo. Maldito mentiroso.
Díselo a
mi cerebro. Él siempre está de acuerdo. Pero no esta vez. Mi corazón ha tomado
el control y me ha pedido que te escriba una última carta, un último deseo, un
último te quiero. Aunque lo haga con lágrimas en la cara y las manos manchadas.
A veces nunca dio tanto placer extrañar algo.
Dios,
ojalá pudiese sentirte conmigo una vez más. Sentir tus ojos mirándome y que
saltara la chispa. Esa chispa que precedía a tu sonrisa de "vamos a
quemarlo todo".
Y bueno,
nunca quemábamos nada. Pero ardíamos. Vaya si ardíamos. Tengo un lado de mi
cama para demostrarlo.
Que sepas
que ese lado siempre estará vacío. Te estará esperando. Y cuando se congele, lo
haremos arder juntos.
Tú, y yo. Y que le follen al mundo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario